En este momento en el que los chavales y chavalas están terminando el curso, o están a punto de hacerlo, finaliza la rutina estresante de exigencias hacia el estudio que han tenido durante el curso académico; acaban también sus innumerables extra escolares y clases particulares, y al mismo tiempo se enfrentan a un calendario vacío. Con la llegada del verano, tienen por delante muchas semanas de tiempo libre que los padres y madres ansían pero, que a su vez, ven llegar con preocupación.
Aparece el miedo de que se pasen las horas muertas sin salir de casa enganchados a Internet, televisión, móvil… Ante esta preocupación, las familias rápidamente buscan alternativas de ocio fuera de casa para sus hijas e hijos.
Una de esas alternativas son los, para algunos temidos y para otros esperados, campamentos de verano. Para algunos es una de las primeras experiencias fuera de la seguridad y protección de casa, por lo que afloran todas sus ansiedades, al igual que salen a relucir sus recursos escondidos y desconocidas potencialidades.
Salen de un grupo incondicional como es la familia, donde ese amor sin condiciones está por encima de las meteduras de pata que todo niño/a o adolescente en el proceso de aprendizaje pueda cometer. Durante estos días se meten en otro grupo muy diferente; un grupo de iguales en el que las relaciones se las tienen que trabajar, así como asumir responsabilidades que afectan a todos y todas.
De esta forma tienen la oportunidad de trabajar cuestiones tan vitales como su autonomía y su papel en el grupo de iguales, compartiendo ámbitos más cotidianos que hasta ahora, sobre todo, se reservaban al entorno familiar. En esta diversidad de actividades y entornos nuevos pueden descubrir lo que son capaces de hacer, verse haciendo cosas que durante el curso académico, dada la exigencia del mismo, no han tenido oportunidad, contribuyendo de esta manera a conocerse mejor en relación al grupo de iguales con los que comparten un espacio y unas tareas comunes para sacarlo adelante.
Esto alimenta sus ganas de autonomía, de no quedarse atrás de y enfrentarse a retos nuevos, cosa que a veces puede asustar a las familias, bien por miedo a que no sepan desenvolverse o bien porque lo hagan demasiado bien.
Al fin y al cabo, los campamentos son un reflejo de la sociedad, una escuela para la vida, para la cual llenamos la mochila de las experiencias vividas, de nuestros recursos personales, miedos, habilidades… y todo eso lo ponemos en marcha cuando nuestros padres y madres no están presentes.
¿Te interesa? Escucha a Estíbaliz Saracho, psicóloga, y Eneko Polledo, psicólogo, ambos del equipo Ediren, en El Mirador de Radio Vitoria:
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