“¡Estoy cansada, no quiero discutir más!”, decía ella mientras le escuchaba…
Y en mi cabeza, rondaba una sola pregunta, “¿cansada de qué exactamente?”.
En el día a día, nos encontramos con infinitas situaciones de conflicto o de discusión que nos llevan a veces, incluso, hasta la extenuación. ¿Pero qué es lo que nos cansa?, ¿qué nos agota?, ¿puede ser que en verdad hayamos perdido el “norte” de todo esto?, ¿o es que preferimos enfrentarnos con la otra persona antes de ver si hay algo que YO pueda hacer o cambiar?
Hoy en día, nuestra mayor dificultad NO la tenemos con los conflictos, sino con el conflicto en sí mismo. No nos permitimos pelear por lo que queremos o por aquello que nos produce malestar; y, si lo hacemos, debemos tener mucho cuidado de cómo lo hacemos, ya que probablemente nos encontremos una fuerte resistencia, empezando por nosotros/as mismos/as; porque si somos sinceros/as… ¡más vale pájaro en mano, que ciento volando! ¡y es mejor lo malo conocido, que lo bueno por conocer! Así que, ¿para qué arreglar la puerta del armario, si con arrimarla un poco ya se sujeta? Lo que suele ocurrir es que un día la puerta no aguanta más, se cae y con ella toda nuestra paciencia y nuestro buen hacer, gritando y maldiciendo a la puerta, mientras vemos cómo algo que “parecía” que funcionaba, ya no lo hace tanto y sentimos cómo esa emoción de frustración, rabia, enfado, tristeza,… nos invade, nos desborda y no entendemos por qué.
Hay conceptos que socialmente se asocian al conflicto como la agresividad, la violencia o la mala comunicación que nos provocan mayor malestar si cabe a la hora de discutir, porque nadie quiere ser “el malo de la película, ni parecer una loca”. Sin embargo, es fundamental distinguir qué es cada cosa y saber que el conflicto en sí mismo es una muestra de lucha por lo que yo pienso, opino o siento. No necesariamente es expresado con violencia verbal o física, la cual aparece cuando se nos acaban los argumentos y cuando entramos a enjuiciar al otro (¡De lo que somos grandes aficionados!). Y mucho menos es un signo de una mala comunicación, sino de desacuerdo. Como cuando decimos: “No me escuchas” y la respuesta es “Sí que te escucho, sin embargo no estoy de acuerdo contigo”.
El conflicto por tanto, podríamos decir que es un desacuerdo presente en toda relación humana, incluso en la relación con nosotros/as mismos/as, que establece las fronteras y los límites entre las personas ayudándonos a crecer y hace que nos esforcemos por conseguir las cosas que queremos, generando cambios en nosotros/as mismos/as y en consecuencia en nuestro entorno.
¿Y qué podemos hacer? En primer lugar, es importante ser conscientes de que conflictos tenemos todos y de distintos tipos, los 365 días del año y no a todas horas, pero sí cada vez que surge una contradicción, ya sea interna o externa. Surgen de dos fuerzas, dos emociones, dos opiniones distintas que chocan entre sí. Esa ambivalencia que a veces sentimos entre la alegría y la tristeza, el amor y el odio, el miedo y el deseo,… que nos hacen dudar y plantearnos los pros y los contras desde cosas tan banales como, tortilla de patata con o sin cebolla, hasta algo más profundo como un te quiero, sin embargo, a veces no te soporto.
El problema principal, suele venir cuando hacemos discusión de la discusión, conflicto del conflicto y cerramos el debate sin entender que esta disparidad es un paso necesario para llegar a una integración adecuada de lo que sucede. El conflicto nos obliga a ser creativos/as, a generar soluciones que en un inicio no teníamos previstas ni contemplábamos, pero que gracias a los diferentes puntos de vista surgen para resolver la situación, aceptando que los demás aportan elementos desde un lugar distinto al nuestro y que eso nos enriquece y nos ayuda a crecer.
Otro aspecto que solemos olvidar, no sé muy bien si por casualidad o por causalidad, es que no podemos cambiar a la otra persona. Si nuestro objetivo es hacer ver al otro/a nuestro punto de vista y con ello obtener una resolución que nos satisfaga, seguramente la discusión fracasará estrepitosamente. Nos resulta más fácil ver la paja en ojo ajeno que la viga en el propio. Una manera sencilla aunque no fácil, podría ser ofrecer nuestra opinión o punto de vista desde lo que a nosotros/as mismos/as nos mueve, desde qué nos hace sentir lo que ha pasado, desde el aquí y el ahora y desde lo concreto, ya que de esta manera evitaremos atacar con frases tan habituales como: “Eres un cabezota, no entiendes lo que te estoy diciendo” “Me cabrea un montón que siempre lo haces mal y encima, tú me corriges”… A modo de ejemplo, una frase que no genere malestar a la otra persona y que pueda ser útil para expresarnos podría ser: “(Yo) Me enfada o me molesta cuando haces o dices esto”. El centrarnos en nuestras emociones tiene de bueno, que nadie puede rebatirnos cómo nos sentimos porque es algo legítimo, y hacerlo desde lo concreto y el ahora ayuda a centrar la discusión y a no utilizar reproches inagotables que nos llevarían a desgastarnos.
¿Y qué pasa si nada de esto funciona? ¿Cuándo paro? Ya hemos llegado hasta el punto en el que somos conscientes de que el conflicto no es algo negativo, sino que es ineludible y necesario para nuestro propio bienestar y aprendizaje; también hemos procurado hablar desde el yo y lo que siento sin culpar ni dañar a la otra persona. A partir de aquí, si se genera una escalada en la discusión que puede llevarnos a la violencia tanto verbal como física, habría que plantearse que a veces es necesario tomar distancia o “aire” (física o emocionalmente, desde el silencio o desde el centrarme en otras cosas) que nos permita a mí y a la otra persona un espacio vital que nos ayude a reflexionar para retomarlo cuando estemos preparados, si es necesario.
Lo que está claro, es que los conflictos son difíciles de gestionar, sino, no darían tanta “guerra”, nunca mejor dicho. Además, no se aprende a gestionarlos de un día para otro y requieren de mucha práctica y equivocaciones para lograr un pseudo-equilibrio donde nos sintamos a gusto con nosotros/as mismos/as y con los demás; sabiendo que como humanos habrá situaciones en las que será inevitable que las emociones nos desborden. Sin embargo… eso nos recuerda, afortunadamente, que somos personas.
Begoña Dorado, psicóloga, psicodramatista de Ediren
¿Quieres saber más sobre este tema? Escucha a Begoña Dorado en esta entrevista emitida el 10 de noviembre de 2017, en el programa El Mirador de Radio Vitoria.
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