Ponernos hechos un basilisco o demostrar un gran enfado siempre ha estado mal visto. Lo que nos han inculcado es que debemos conservar la calma y la serenidad, pero vemos que lo que mostramos poco tiene que ver con lo que sentimos.
La ira tiene muy mala prensa, pero no la debemos temer ni ignorar; tenemos que ser conscientes de que todas las personas experimentamos diferentes tipos de sentimientos y hay que permitirlos todos, siempre que intentemos canalizarlos bien para no herir irremediablemente.
En relación a la ira, lo que tenemos que hacer es aprender a identificarla, gestionarla y expresarla progresiva y correctamente y en el momento adecuado, ya que si la reprimimos y la acumulamos podemos llegar a somatizarla y tener efectos físicos negativos. Para que el enfado sea positivo tiene que haber ausencia de agresión física y verbal, y que su último objetivo sea la búsqueda de una solución al conflicto.
Podemos decir, que el enfado constructivo mejora nuestras relaciones personales, se evitan malentendidos y podemos conseguir que no se repitan continuamente.
Además favorece los cambios, nos empuja con fuerza a conseguir nuevos objetivos y nos hace más optimistas; si no tenemos tanto miedo a enfadarnos, se anticipa menos el miedo al conflicto.
Un buen enfado es el primer paso hacia la solución, es una estrategia de negociación; en definitiva, un ejercicio muy saludable para la vida.
Arantza Gómez, psicóloga, psicoterapeuta de Ediren
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