Todos estos días estamos viviendo la fiesta del Carnaval: unas jornadas de disfrute, de diversión, de vivir el momento y de despreocuparnos de los problemas del día a día… Precisamente es un buen paréntesis para descansar de los conflictos cotidianos. De vez en cuando, los días festivos o actividades de diversión interrumpen el ritmo, la monotonía, la tensión y el estrés del día a día. Estos momentos sirven para desinhibirse de la rutina y liberar tensiones; por eso, para la mayoría de las personas resulta una experiencia placentera.
Pero, en contraposición a este “oasis”, en general, tendemos a preocuparnos más de la cuenta. En la vida es necesario e importante “estar alerta”, tener cierta tensión ante determinadas situaciones (por ejemplo, ante un examen); o sentir un miedo protector hacia lo desconocido y al futuro, para que podamos prepararnos para actuar. Se trata de una respuesta adaptativa a los imprevistos que nos sorprenden y que no controlamos, ni tenemos la capacidad de preverlos.
A todas las personas nos inquietan ciertas situaciones; algunas preocupaciones son legítimas, de las que sí debemos ocuparnos y prestar atención. Sin embargo, cuando la preocupación nos invade, hacemos un desierto de un grano de arena; nos sentimos indefensos/as y perdidas/os, y somos incapaces de relajar la atención sobre algo que nos produce miedo. El exceso de preocupación se convierte en dañina cuando magnificamos problemas que no lo son o cuando nos creamos una amenaza inventándola mentalmente.
La preocupación puede derivar en ansiedad cuando estamos alerta mucho o todo el tiempo y por demasiadas cosas a la vez que se escapan a nuestro control. Podemos preocuparnos todo lo que queramos, pero esto no nos llevará a solucionar el problema. Incluso, aquello por lo que tanto nos preocupamos no es tan horrible como lo imaginábamos o nunca sucederá. Hay personas que se encuentran en continua alerta y en un estado de permanente situación de peligro; que sienten que la vida es algo peligroso, lo que les impide disfrutar de las cosas.
En el lado opuesto, nos encontramos con personas que no se preocupan por nada; están apáticos, sin ilusión ni motivación… estaríamos hablando de un trastorno depresivo, por lo que sería necesario acudir a un/a profesional para que les ayude a recuperarse.
Cuando asumimos que “no podemos saber/controlar/solucionar todo”, es decir, cuando nos damos cuenta de que no somos omnipotentes, sentiremos el necesario alivio psíquico para empezar a ocuparnos en lugar de preocuparnos, para aprender a relativizar y a asumir nuestros errores de los que seguimos aprendiendo. En definitiva, es necesario asumir la impotencia y las limitaciones que tenemos. Es importante reconocer que el mundo es inseguro y el futuro incierto; que es imposible controlarlo todo y aprender que la incertidumbre forma parte natural de la vida, siendo conscientes de que hay incógnitas que no lograremos descubrir jamás.
Este alivio psíquico es necesario para permitirnos dar espacio y tiempo al disfrute, a compartir festejos y actividades con las personas que queremos, que apreciamos y con los que se unan para celebrar estos momentos de bienestar y diversión. Es liberador, necesario y sano romper con las preocupaciones diarias para desinhibirnos del rol con el que funcionamos a diario y disfrutar de la vida.
Idoia Madarieta, psicóloga, psicodramatista
Si te interesa más sobre el tema escúchale en esta entrevista en Radio Vitoria:
Deja una respuesta