“No permitas que haya gente tóxica en tu vida”; “Aléjate de esa persona que es una persona tóxica”; “Sé una persona vitamina para los demás”…
¿Alguna vez has escuchado o usado estas expresiones? ¿Te has referido a “toxico” o “vitamina” para describir a alguien en tu vida? Estas etiquetas se han vuelto muy comunes. Y es que cada vez las escuchamos más, hasta hay canciones que hablan de personas tóxicas y personas vitamina.
Pero, ¿estos términos nos están ayudando realmente o nos están llevando por un camino de simplicidad excesiva? Mirémoslo con un poco más de profundidad.
Escucha a Pablo González, psicólogo del equipo Ediren
¿A qué llamamos personas tóxicas y personas vitamina?
- Quizá la palabra “persona tóxica” nos resulte más familiar. Y es que este término lleva más tiempo en la cultura popular. La palabra toxicidad es un término químico que hace referencia a aquella sustancia que, al entrar en contacto con el organismo, perjudica la salud. Por lo tanto, cuando hablamos de persona tóxica nos referimos a aquella cuyos comportamientos y actitudes nos provocan sentimientos de agotamiento o frustración. Lo relacionamos con manipulaciones, criticas constantes o personas enérgicamente agotadoras.
- En contraposición, la «persona vitamina» es un término que se empezó a popularizar hace muy poquito, haciendo referencia a aquellas que generan bienestar en la otra persona y que nos revitalizan. Serían como “un soplo de aire fresco”, nos levantan el ánimo, nos apoyan y nos hacen sentir bien. Son aquellas que aportan energía positiva a los demás, ofreciendo apoyo, comprensión y optimismo.
Esta clasificación no tiene tanto que ver con cómo es la persona en cuestión ni su comportamiento, sino con cómo nos hace sentir. Es decir, no todo el mundo percibiría a la misma persona como vitamina o como tóxica.
¿Por qué se han vuelto populares estos términos?
Estos términos cada vez se están volviendo más comunes en nuestro día a día porque ofrecen una forma rápida y sencilla de describir nuestras experiencias en las relaciones.
Las redes sociales y la cultura popular desempeñan un papel crucial en la difusión de estos términos. La tendencia a etiquetar a las personas como «tóxicas» o «vitamina» puede entenderse como un intento de simplificar la complejidad de las relaciones y, de esta manera, poder expresar rápidamente sus experiencias y emociones en un formato accesible y fácil de compartir; especialmente en plataformas de redes sociales o libros.
Y es que asociar la palabra tóxico (algo que tiene veneno) o vitamina (sustancia necesaria para la vida) a conductas hace que sea muy sencillo e intuitivo de entender. Y es cierto que hay ciertos comportamientos que vivimos en las relaciones que nos pueden hacer mucho daño y otros que nos pueden ayudar a crecer, a mejorar y a generarnos un mayor bienestar. Al igual que hay personas que en ese momento mantienen patrones de personalidad muy dañinos, que tienen una gran dificultad para formar y mantener relaciones recíprocas y mutuamente satisfactorias.
Por lo tanto, poner nombre a las cosas nos ayuda a entender, para después gestionar; son términos muy fáciles de recordar y nos proporcionan una sensación de control.
Etiquetas que simplifican las relaciones humanas
A pesar de su utilidad aparente, clasificar a las personas como «tóxicas» o «vitamina» puede ser un obstáculo a la hora de relacionarnos en vez de una ayuda. Estas etiquetas tienden a simplificar en exceso la complejidad de las relaciones humanas. Las personas son multifacéticas y pueden mostrar diferentes aspectos de su personalidad en distintos contextos y momentos.
Es decir, al etiquetar a alguien como «tóxico» podemos caer en la trampa de generalizarlo por un comportamiento en concreto, olvidando que las personas tienen la capacidad de cambiar y crecer, sin dar la oportunidad de comprenderlos.
Por otro lado, considerar a alguien como una «persona vitamina» puede generar expectativas poco realistas sobre esa persona y la relación en sí. Nadie puede ser una fuente constante de apoyo sin tener momentos difíciles o necesitar ayuda, esperar eso de las personas nos puede llevar a una frustración constante.
Asumir responsabilidades en las relaciones
El uso de esta terminología pone el foco en los demás y no responsabiliza a la persona. Puesto que, si yo me doy la explicación de que una relación es insatisfecha porque el otro es una persona tóxica, es la otra persona la responsable de que yo me sienta mal. ¿Pero esa insatisfacción tiene que ver sólo con el comportamiento del otro, o porque no ha cumplido con las expectativas que nos hemos hecho?
No somos seres pasivos que simplemente reaccionamos al entorno. Más bien somos influenciados por nuestro entorno, pero ante todo somos capaces de posicionarnos. Debemos asumir la responsabilidad sobre nuestro propio bienestar en las relaciones: decir lo que nos molesta, decir que no, poner límites… Las relaciones sanas las construimos día a día y es importante asumir esta parte de responsabilidad; sabiendo que reconocer nuestra responsabilidad en una relación no es culpabilizarnos de lo que ocurre, puesto que no todo depende de nosotros.
Estos términos han contribuido tambiéna la tendencia social de buscar exclusivamente las emociones agradables y rechazar las desagradables. Parece que en las buenas relaciones tienen que radiar felicidad, alegría y bienestar. Sin embargo, en las relaciones no podemos estar siempre de acuerdo, y los momentos difíciles en los que surgen los conflictos son inevitables. Aprender a gestionarlos es fundamental puesto que son oportunidades para el crecimiento personal y la mejora de la relación.
Más relaciones auténticas y significativas
En las relaciones humanas, las etiquetas de «personas tóxicas» y «personas vitamina» pueden proporcionar una comprensión inicial. Pero es crucial no caer en la trampa de la simplificación excesiva. Recordemos que la vida y las personas no son en blanco y negro. Por lo tanto, fomentemos la empatía y la comprensión, y tratemos de construir conexiones más auténticas y significativas en lugar de limitarnos a las etiquetas superficiales.
Tratemos de desarrollar una autocrítica y, desde el autoconocimiento, aprendamos a saber cuáles son las conductas que nos hacen daño. Aprendamos a poner límites cuando los necesitemos y a reconocer nuestra influencia en nuestras relaciones.
Fdo. Pablo González, psicólogo, experto en terapia de familia y pareja
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