La sociedad coloca los cuerpos de las mujeres en primera línea de fuego. Reconoce a la mujer a través del cuerpo, de la belleza, como algo digno de ser contemplando y sublimado, o todo lo contrario usado y desprestigiado. Se comercia con él y se utiliza como arma de guerra. El cuerpo de la mujer es el que trae al mundo a los futuros seres humanos. En este sentido, se identifica que la función principal de las mujeres es la de gestar y cuidar a las siguientes generaciones.
Ellas desaparecen como persona, sólo es su cuerpo lo que se necesita. Por tanto, todo el dolor que un cuerpo puede producir se naturaliza, desaparece, y deja de ser importante. La queja y el dolor se naturaliza como parte de la identidad femenina.
Esto se traslada hasta nuestros días dentro del rol asignado socialmente.
Reconocer el dolor
Lo que quizás sí que va cambiando es que poco a poco nos estamos permitiendo no esconder más esos dolores.
Esos malestares no aparecen por no saber gestionarnos en la vorágine del día a día. El entorno que nos envuelve, cultural, político y social, es clave. Por tanto, reconozcamos que nuestros dolores no son sólo individuales sino en muchos casos colectivos.
Nos han enseñado a no quejarnos, a seguir adelante, a cumplir con «nuestras obligaciones» como mujeres, calladas…
Vivimos en un modelo de sociedad que prima la inmediatez, la rapidez, el individualismo, la exigencia de productividad continua…
Una sociedad donde los dolores corporales, que no siempre tienen un origen orgánico, no se tienen en cuenta.
Pero nuestro cuerpo habla. Duele. GRITA.
Escuchar el cuerpo
Sabemos que tenemos que parar y escucharnos, escuchar lo que ese cuerpo, nuestro cuerpo, nos está diciendo. Porque sabemos perfectamente que nos manda señales de que algo no va bien, de que algo no nos está sentando bien; somatiza todos esos malestares que a diario afectan nuestra salud.
Pero en esta sociedad hiperracional y muy medicalizada no se nos enseña a escuchar nuestro cuerpo. Se nos enseña a taparlo y a negarlo. A narcotizarlo.
Son momentos de cambio
Por suerte, creo que también podemos decir que, aunque sabemos que esto no es algo nuevo, sí que estamos en fase
de ruptura, de reconocimiento propio y colectivo.
Días, como el 8 de marzo, es un buen momento precisamente para reivindicar nuestro cuerpo como mujeres, su cuidado y darle el lugar que se merece. Estamos abriendo grietas a golpe de gritos en la calle, de sororidad, creando redes donde tejer todos estos malestares de manera compartida. Darles salida ayuda a no contenerlos en nuestro interior o, al menos, a sacar parte de ellos y evitar así también gran parte de nuestro dolor corporal.
Pongámosle palabras trabajándolo en diferentes espacios, como pueden ser las sesiones de fisioterapia, psicoterapia grupal o individual, que ofrecemos en Ediren. Cada una estará en un momento distinto para compartirlo en según qué lugar.
Cuidarnos es también escucharnos y escuchar nuestro cuerpo. El dolor no es el problema, es una señal. Si el dolor se manifiesta, está dando respuesta a algo que nos afecta, nos frustra, nos enrabia, nos decepciona…
Permitiéndonos sentir, abrimos un espacio a nuestro cuerpo para poder sanarlo.
Si te interesa el tema, escucha a Leire Corres, fisioterapeuta, en esta entrevista:
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