El miedo al fracaso es un concepto que está muy instaurado a día de hoy en nuestra sociedad y que, en muchas ocasiones, se enmascara con un “me da pereza” o procrastinando una y otra vez, creyendo que de esta manera estamos evitando la posibilidad de fracasar.
¿Qué personas tienen más miedo al fracaso?
Podríamos destacar que está más presente en adolescentes y jóvenes, y que depende mucho de la personalidad de cada cual. En el día a día, hay muchas situaciones que vemos repetirse una y otra vez en personas también adultas que nos hacen ver que actúan con miedo a fracasar. Es el caso, por ejemplo, de personas que dejan la carrera a falta de una o dos asignaturas, aquellas que se mantienen en una relación de pareja con dudas por concebir el final de esta como un fracaso, o, por el contrario, otras que rompen una relación por miedo a no ser capaz de aportar seguridad y estabilidad a la pareja.
¿De qué depende tener o no miedo al fracaso?
Uno de los principales motivos que nos llevan a todo este tipo de situaciones es el miedo a decepcionar, ya sea a uno/a mismo/a o a los demás. Y es que la idea de enfrentarse a que lo que tú quieras hacer o quieran que hagas no sea tan bonito como la expectativa generada, asusta. En este sentido, cabe mencionar que, el miedo a fracasar no depende de las capacidades de cada persona. Así, vemos que las personas más capaces suelen tener más miedo a fracasar que las menos capaces, porque cuanto más arriba estás más se espera de ti. Hay personas que tienen al alcance de sus manos retos y se bloquean o paralizan, y se autoboicotean. De esta forma, la persona se siente invicta, que nadie le derrota y así es posible mantener una fantasía omnipotente de su persona.
Autoexigencia, gran enemigo
En el entorno familiar, desde la base, hoy en días vemos en muchas ocasiones que las expectativas que las madres y padres generan en sus hijos e hijas son cada vez mayores. A buen seguro, quieren lo mejor para ellos y ellas, pero acaban imprimiendo unos niveles de autoexigencia muy elevados en los/as adolescentes y jóvenes, favoreciendo de esta manera el miedo a fracasar. Suele ocurrir en muchas ocasiones que, por un afán sobreprotector, los progenitores hacer las cosas por sus hijos e hijas con el objetivo de que no se equivoquen, de que lo hagan “bien”. De esta manera limitan el aprendizaje y, en consecuencia, la posibilidad de que fracasen.
¿Cuál es el mejor antídoto?
Para poder gestionar todo esto, el principal antídoto sería aprender a fracasar. Para ello, llega un momento en la vida de los y las jóvenes en el que tienen que aprender a decepcionar a sus padres, que pueden llegar a ser insaciables. Es un proceso que requiere un cierto nivel de madurez; la clave está en saber dónde separar lo que yo deseo de lo que los demás desean que yo desee.
Es fundamental el entorno, es decir, poder disponer de un apoyo emocional y afectivo que va más allá del rendimiento de cada cual; que la persona sienta que ese apoyo no va a depender de que fracase o tenga éxito; reconducir el objetivo a que lo importante no es conseguirlo, sino intentarlo con todas las herramientas de las que se disponen.
En definitiva, suspender es una asignatura que hay que aprobar.
Miren Bárcena, psicóloga.
Escúchale en esta entrevista en Radio Vitoria:
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