Se aproximan unas fechas que para algunas personas son festivas desde el disfrute lúdico de Halloween (31 de octubre). Para otras, son más una celebración religiosa. Según la tradición cristiana, el 1 de noviembre se homenajea a todos los santos y el 2 de noviembre se honra el recuerdo de quienes han fallecido. Son unos días en los que lo cultural y lo religioso facilitan hablar de la muerte, del miedo a la muerte, del duelo por el fallecimiento de una persona querida…
La muerte, la única certeza
El hecho de que vayamos a morir es la única certeza que tenemos desde el momento en que nacemos. Pero no sabemos ni cómo, ni cuándo, ni dónde… Es tonos lleva a sentir miedo a la muerte. Pero ¿qué tenemos en realidad? La dicotomía de la vida y la muerte es inseparable. Como decía Machado: “La muerte es algo que no debemos temer porque mientras somos la muerte no es, y cuando la muerte es nosotros no somos”.
Cuando planteamos el tema de “Pensar en la muerte” en distintos foros, la gran mayoría de las personas participantes se centran en lo duro y doloroso que es el fallecimiento de un ser querido. En lo costoso del duelo tras la muerte de alguien a quien queremos y apreciamos. Entendemos el duelo como la reacción emocional a cualquier pérdida que sufre el ser humano desde el momento del nacimiento y que genera dolor, impotencia e indefensión.
Las fases del duelo
Elisabeth Kübler-Ross fue una eminente psiquiatra, referente en cuidados paliativos, que elaboró un modelo de duelo con cinco fases:
- Negación de la pérdida. Junto a un estado de bloqueo o shock e incluso embotamiento emocional. Sensación de irrealidad o de incredulidad. En esta fase, son frecuentes frases como : “aún no me creo que sea verdad”, “es como si estuviera viviendo una pesadilla”. Incluso se suelen dar actitudes de aparente “entereza emocional” o de actuar “como si no hubiera pasado nada”.
- Ira: frustración e impotencia. Necesidad de atribuir la culpa de la pérdida a algún factor que puede ser otra persona o incluso uno mismo.
- Negociación: se comienza a contactar con la realidad de la pérdida al tiempo que se empiezan a explorar qué cosas hacer para revertir la situación. La persona guarda la esperanza de que nada cambie y de que puede influir de algún modo en la situación.
- Depresión: se va asumiendo la realidad de la pérdida, teniendo sentimientos de pena, tristeza y desesperanza. Se comienza a contactar con lo que implica emocionalmente la ausencia, lo que se manifiesta de diversos modos: pena, nostalgia, tendencia al aislamiento social y pérdida de interés por lo cotidiano. Sólo doliéndonos de la pérdida puede empezar el camino para seguir viviendo a pesar de ella.
- Aceptación: comprensión sobretodo emocional de que la muerte y otras pérdidas son fenómenos naturales en la vida humana. Se podría aplicar la metáfora de una herida que acaba cicatrizando. Esto no implica dejar de recordar, sino poder seguir viviendo con ello.
Final del duelo
Podemos dar por finalizado un duelo cuando recordamos a la persona fallecida sin que nos genere un insoportable dolor. Y continuar recordando y hablando de esa persona hace que de manera simbólica continúe en nuestras vidas. (Película Coco)
Cada proceso de duelo, así como cada persona, es único por lo que estas etapas no tienen que darse de manera lineal ni rígida. Se puede pasar de una fase a otra hasta llegar a la aceptación. En los casos en los que hay un diagnóstico de enfermedad terminal, también se dan las fases mencionadas en el duelo, siendo la propia vida la pérdida del duelo.
Nuestra propia muerte
El fallecimiento de un ser querido es inevitable que nos haga pensar en nuestra propia muerte. Lo que nos lleva a plantearnos las siguientes cuestiones:
- ¿Podemos pensar en nuestra propia muerte?
- ¿Qué nos hace sentir el pensarlo?
- ¿Puede el ser humano prepararse para su propia muerte?
Freud, en “Consideraciones sobre la guerra y la muerte” (1915), dice que en el inconsciente no existe la noción de la propia muerte. Se va aprendiendo sobre ella a través de la muerte de otra persona, pero tratando la muerte como un tema de estudio ajeno, sin ser “mi muerte”. Por ello, es difícil simbolizar aquello que no se ha experimentado. Es decir, la propia muerte es un hecho único, personal e intransferible, que nadie puede hacerlo por uno mismo, por lo que no se sabe cómo se reaccionará ante la misma. No podemos experimentarla para “aprender a morir”, ni hace falta estar al filo de la misma para tomar conciencia de la condición de mortal del ser humano. Pero nos puede calmar el miedo al propio hecho de morir y asegurarnos una “buena muerte” (tranquila, sin sufrimiento, en paz espiritual…) el prever los documentos referidos a las últimas voluntades, el testamento vital e incluso cómo nos gustaría que fuera nuestro funeral (religioso, civil, lugar, si nos gustaría que sonara alguna música concreta o se leyera algún escrito…).
Otra de las angustias que genera la muerte es el miedo a no saber qué hay después. De ahí que la espiritualidad suele estar presente en la antesala de la muerte siendo algo muy personal el sistema de creencias espirituales, religiosas o no, que calman en el momento de la muerte y permitirse “descansar en paz”.
Reflexionar sobre la muerte para vivir mejor
La muerte es el límite final de la vida y, como todo límite, ayuda a madurar; es decir, pensar en la vida como un tiempo limitado que se perderá. “Las personas que están en mejores condiciones de aceptar la muerte son aquellas que se sienten satisfechas con su manera de vivir y pueden aceptar el fin de su ciclo vital, bien aprovechado”, Ana Minieri. Es decir, reflexionar sobre la propia muerte nos prepara para tener una vida mejor; tomar conciencia de qué legado dejamos y de si hemos aportado nuestro granito de arena para construir un mundo mejor.
“Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”, Sigmund Freud.
Tomar conciencia de que vamos a morir hace que nos planteemos proyectar o no nuestros deseos, ya que la muerte puede ocurrir en cualquier momento. Por ello es importante intentar cumplir los sueños y disfrutar en el camino.
“Solo cuando realmente sabemos y entendemos que tenemos un tiempo limitado en la tierra, y que no tenemos manera de saber cuándo se acaba nuestro tiempo, entonces comenzaremos a vivir cada día al máximo, como si fuera el único que tenemos”. Elisabeth Kübler-Ross, psiquiatra, escritora y pionera en tanatología.
Idoia Madarieta, psicóloga, psicoterapeuta, psicodramatista
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