Las clases particulares han sido, desde siempre, una herramienta educativa complementaria a las clases lectivas del colegio.
En la mayoría de los casos, sirven para resolver las dudas y reforzar los contenidos dados en clase. Con el paso de los años, se ha visto que es un recurso cada vez más demandado y utilizado por las familias. De hecho, recientemente salía en las noticias un dato muy significativo que corrobora el auge de las clases particulares en este momento: casi la mitad de las familias en el estado recurren a ellas para dar apoyo escolar a niños/as y adolescentes; en muchas ocasiones para «mejorar la trayectoria educativa y las expectativas laborales de sus hijos e hijas».
Pero, ¿las clases particulares son tan necesarias como se cree? ¿Podemos decir que son eficaces?
La efectividad de las clases particulares
Como en todo, podemos encontrarnos casos de todo tipo. Hay alumnado que realmente lo necesita:
- En muchas ocasiones, para poder reforzar conceptos y entender bien los contenidos de algunas asignaturas en concreto.
- O cuando, por dificultades cognitivas, no llegan a los mínimos y necesitan que se les refuerce de alguna manera.
Sin embargo, nos encontramos con un alto porcentaje de padres y madres, que recurren a «poner» un/a profesor/a particular a su hijo o hija cuando ha llegado a una situación en la que ya no se sabe qué hacer, ni cómo ayudarle. Lo único que acaba importando es «que apruebe» y «que pase de curso».
También ocurre que, arrastradas por esta sociedad cada vez más competitiva, muchas familias contratan estos apoyos escolares «para que mi hijo no se quede atrás»; incluso en situaciones económicas nada favorables, en las que no les es fácil llegar a final de mes.
Impotencia y culpa de madres y padres
Cuando un/a estudiante no obtiene los resultados esperados, o al menos los mínimos que se requieren, las madres y padres se preocupan mucho y se plantean muchos interrogantes: ¿qué hago para que apruebe? ¿Cómo le puedo ayudar? ¿Qué he hecho mal hasta ahora? Son momentos cargados de impotencia, de preocupación y las personas adultas acaban sintiendo mucha culpa. Al no poder ayudar a su hijo o hija a conseguir los objetivos marcados, como salida terminan pagando clases particulares para, al menos, «salvar el curso».
El ver que el chaval o chavala no aprueba genera angustia. Para calmar esa angustia, las personas adultas necesitan encontrar respuestas; necesitan entender el por qué del suspenso, o, si le está ocurriendo algo al chico o chica. Es decir, necesitamos justificar sus suspensos de alguna manera. A veces, «saltan las alarmas» y se comienza a pensar que “mi hijo tiene algún problema”. Pasamos a ponerles una etiqueta fácilmente. Hay que tener en cuenta que los niños/as y los/as adolescentes actúan en función de lo que las personas adultas esperan de ellos/as.
Las clases particulares no resuelven el fracaso escolar
Debemos de ser conscientes que en el colegio es donde pasan muchas horas a la semana. En todo ese tiempo entran en juego una serie de variables de muy diferente índole que no se evalúan, pero que tiene mucho impacto en el alumnado e influyen en los resultados académicos. Pueden ser: la motivación, la autoestima, la presión social y/o exigencias familiares, el ritmo de aprendizaje del/a alumno/a, la falta de confianza, cómo se siente emocionalmente, si tiene dificultades para organizarse, la falta de rutinas, entre otras. Estas variables, dependiendo en el ciclo vital en el que se encuentre cada chaval o chavala, afectan directamente en el resultado, y se deberían de tener en cuenta a la hora de tomar ciertas decisiones. Teniendo esto en cuenta, las clases particulares no son una garantía para combatir el fracaso escolar ni tienen por qué cumplir con todos los objetivos propuestos.
Las clases particulares, en casos puntuales o determinados momentos, pueden ayudar; pero en la mayoría de los casos no van a solucionar el problema, sobre todo si un fracaso escolar viene dado por otras razones.
Leer las necesidades del/la menor
Es muy importante poder que haya coordinación entre todas las personas profesionales que intervienen con el/la menor: padres, madres o referentes de esos/as niños/as y adolescentes que están pasando por un mal momento y que se les está señalando porque están suspendiendo, sin mirar más allá. Es importante ampliar el campo de visión; no sólo mirarles con las gafas académicas. Lo difícil es identificar cuándo unas clases particulares van a ser eficaces y necesarias, o cuándo se van a utilizar como» un parche»; es decir, cuando el verdadero problema no son los estudios, sino alguna o varias de las variables expuestas anteriormente que le están afectando directamente.
En el caso de que sea una necesidad real, una de las ventajas que tienen estas clases es que son personalizadas, por lo que permite profundizar más y puede desbloquear ciertos contenidos de determinadas asignaturas. Pero también, se debe de tener en cuenta que pueden generar dependencia del/a alumno/a, impidiendo desarrollar su autonomía y, además, creerse que realmente las necesita cuando en realidad tiene capacidad para poder resolverlo por el/ella mismo/a.
Es importante aprender a leer las necesidades del/a menor. De esta manera podremos ofrecerle la mejor opción para que pueda seguir avanzando tanto en su proceso de aprendizaje como en su desarrollo personal y emocional.
Iratxe Ortiz de Orruño, pedagoga, experta en terapia de familia y pareja
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