Cuando escuchamos casos en los que los hijos o hijas amenazan o agreden a sus progenitores nos echamos las manos a la cabeza; siempre pensamos que son casos aislados o de familias desestructuradas o con muchos problemas, y esto nos tranquiliza. Asimismo, podríamos pensar que la violencia se ejerce más entre adolescentes, ya que ésta es una época de crisis de identidad, de descontrol de impulsos y agresividad, y que por tanto esta violencia puede ser más generalizada. Pero los datos nos enfrentan a una realidad muy diferente. En este caso estamos hablando de niños y niñas a los que poco a poco se les ha ido enseñando a tener un poder que no les corresponde, y que se vuelve en su contra; a los que se les ha negado la experiencia de una autoridad sana que cuida.
Todos los niños y niñas necesitan los criterios de autoridad para crecer de forma sana, necesitan que les enseñemos a escuchar el NO; que les ayudemos a aprender a frustrarse poco a poco, que no les resolvamos inmediatamente ni de forma mágica sus contradicciones, que les ofrezcamos la posibilidad de soportar la espera y abrirles la opción de desear; que les ayudemos a poner palabra a sus sentimientos y por supuesto a dar un lugar y una salida sana a lo agresivo. Por mucho que les queramos, nuestra tarea no es dárselo todo hecho, sino ir guiándoles para que aprendan a cuidar de sí mismos e ir afrontando sus propias contradicciones.
El buen ejercicio de la autoridad nos ayuda a ser conscientes de nuestros actos, nos permite vivir y relacionarnos con otras personas, nos permite enfrentarnos a diferentes situaciones en la vida. A través del ejercicio de la autoridad, demostramos a nuestros hijas e hijos que nos importan.
Arantza Gómez, psicóloga, psicoterapeuta de Ediren
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