¡Ay la culpa! ¿Cuántas veces nos sentimos culpables por lo que hicimos o dijimos, o por lo que dejamos de decir o de hacer? ¿Cuántas veces nos quedamos enroscados en el pensamiento de “le tendría que haber dicho esto”, “tendría que haber hecho esto o aquello”, “lo tendría que haber sabido”…
En algún momento de la vida, todas las personas nos sentimos culpables de alguna cosa, en mayor o menor grado, y también culpamos con frecuencia a otras personas por las cosas que nos pasan.
La culpa resta libertad
La culpa es una de las emociones que más tiende a generar malestar y a enquistarse en las personas. Y es que la persona que la siente tiene que convivir con un “pepito grillo” que siempre señala lo que se hace mal o puede haber molestado a otras personas; esto le hace sentirse realmente mal. Pero lo peor de la culpa no es ese malestar psicológico ni las “peleas” con uno mismo o con una misma, que también; sino el hecho de que quita muchísima libertad a quienes la padecen. Y es que el miedo a “hacerlo mal”, a sentirse culpable o a que se le pueda reprochar algo, hace que estas personas vivan esclavas de ese sentimiento y de sus repercusiones; cediendo a cualquier cosa por contentar esas altas exigencias éticas y morales.
La culpa por miedo al conflicto
La culpa aparece para no tener que enfrentarme con otra persona. El miedo profundo, a la desaprobación, a la crítica, y sobre todo, miedo a que esta situación pueda llegar a un conflicto.
La culpa se asocia muchas veces con un circuito tortuoso del que no es fácil salir. No sentirse culpable es el modo defensivo de muchos para evitar conectarse con ella. Sentir culpa ante un acto que consideramos que no fue correcto, no es el problema en sí mismo. El problema es el exceso de culpa, el círculo tortuoso de pensamiento característico de la neurosis, que no permite al sujeto salir de allí.
¿Quién no se ha sentido culpable alguna vez? ¿Quién no ha culpado a otras presonas alguna vez por nuestros propios errores?
La culpa es un sentimiento contradictorio
La culpa es un sentimiento contradictorio:
- Por un lado te ayuda a adaptarte a tu entorno.
- Por el otro puede ser devastador, ya que te quita el poder de actuar y de «reparar los daños»; de cambiar tus «creencias de lo que debería ser» y por ende de «cambiar tu vida». También, puede llevarte a hacer mucho daño a los demás cuando culpas a alguien de tus malos resultados, tus dolores o tristezas.
La culpa nos paraliza
Como seres humanos nos equivocamos, y mucho. Hay personas que tienen mucha exigencia respecto a ellas mismas de no cometer errores; y si los cometen se sienten muy culpables creyendo que deberían ser perfectas.
La culpa nos sitúa en el pasado: sobre los eventos o hechos que no son posibles de cambiar. Puede suponer un gran desgaste de energía hasta el punto de quedarnos inmovilizados. La energía que podría ser aprovechada para afrontar nuestro presente es invertida en los pensamientos sobre el pasado. Y esto, aunque puede verse como algo negativo, crea también un beneficio: frente al miedo a actuar en el presente, me inmovilizo y me refugio en el pasado. Eso lleva a un círculo vicioso, y la persona puede sentirse muy perdida y ansiosa. La culpa genera una paralización.
Culpa versus responsabilidad
En el lado opuesto a la culpa, está la responsabilidad que es un sentimiento sumamente positivo y para nada contradictorio, como es la culpa. Hay una gran diferencia entre sentirse culpable y sentirse responsable. Decir “Es mi culpa” o decir “Es mi responsabilidad” hace que cambie por completo nuestra forma de sentir y nuestro comportamiento.
La responsabilidad implica «la habilidad para responder». La responsabilidad te permite anticiparte a las necesidades de quienes quieres, conectar con ellos y proteger aquello que valoras. Te permite apreciar y mejorar cualquier situación en la que te encuentres; sin embargo, la culpa vive en el pasado, se alimenta de la vergüenza y te hace encerrarte en el dolor. La responsabilidad es la habilidad de responder a cada situación de la vida. La forma como respondemos determina cómo nos sentimos.
Cuando decimos “es mi responsabilidad” doptamos una posición de poder, aceptamos que es inevitable equivocarse a veces; nos perdonamos a nosotros/as mismos/as los errores que podamos cometer y estamos dispuestos a hacer lo posible por solucionar el problema y aprender de lo sucedido para evitar que vuelva a pasar. Nos sentimos dueñas/os de nuestros actos, responsables de nuestro destino, comprometidos/as con nosotros mismos/as y más satisfechas/os.
Equivocarse para aprender
El equivocarse forma parte de los aprendizajes. Desde la responsabilidad podemos evaluar nuestros comportamientos y no a nuestra persona en su totalidad. La responsabilidad no niega la influencia de diferentes factores o variables en nuestro comportamiento; lo que subraya es la capacidad, en ocasiones con necesidad de un gran esfuerzo, de elegir a pesar de esos factores. La responsabilidad es un acto propio de compromiso hacia los valores que cada persona tiene consigo misma. Es por ello que el ejercicio de responsabilidad debe realizarse en coherencia con aquello que somos, pensamos, sentimos y hacemos.
“No se puede escapar de la responsabilidad del mañana evadiéndola hoy”- Abraham Lincoln.
María José Oca, psicóloga, terapeuta psicomotriz
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