El espacio en el que juegan y se desarrollan los niños y niñas influye en su comportamiento. Seguro que no es de extrañar que en un lugar abarrotado y ruidoso, el juego es frenético y en un lugar en tonos claros y ordenado el juego es más calmado o profundo, ¿verdad?
Pues imagínate qué cambios se pueden apreciar cuando el espacio de juego es la naturaleza o, en todo caso, un espacio al aire libre sin objetos ni juguetes de ningún tipo, sólo elementos naturales como único estímulo.
Son muchos los cambios que se producen si pasamos de un espacio cerrado a un espacio abierto; no sólo cambian las niñas y los niños, sino también su juego y las relaciones que se establecen.
La naturaleza te permite tocar, oler y ver. Esos recuerdos perviven con mayor fortaleza. La naturaleza nutre al cerebro de los más fuertes estímulos para favorecer la psicomotricidad: trepar a un árbol, saltar un río, moldear barro…
¿Infancia «secuestrada»?
Son muchos los autores que llevan años alertando sobre el “secuestro” de la infancia por la sociedad (Carl Honoré en “Bajo presión”), sobre que la crianza actual es fría y no cubre las necesidades reales de los niños y niñas (“Una Nueva Maternidad” y el movimiento de la crianza con apego), y sobre que las escuelas de viejo paradigma bloquean la creatividad de los niños y niñas (Ken Robinson y más).
La ciudad, sus calles, sus edificios, sus coches y su ritmo de vida. Los niños y niñas (Catherine L`Ecuyer) «crecen en un entorno cada vez más frenético, consumista, ruidoso y exigente con un sinfín de actividades que les están apartando del ocio de siempre, del juego libre, de la naturaleza, del silencio, tan importante para el pensamiento crítico, la reflexión, la creatividad, la interioridad, en definitivo para el aprendizaje verdaderamente sostenible». Entramos diariamente en una dinámica y nos dejamos llevar por ella. Llega a formar parte de nosotros y nosotras mismos. Tanto es así que parece que ese ritmo de vida forma parte de nuestra esencia.
En ocasiones, somos conscientes de cómo este ritmo nos sobrepasa, necesitamos desconectar y es ahí cuando buscamos “huir”. Nos vamos lejos. Puede ser al pueblo, a la playa, a la montaña… Donde sea, pero necesitamos salir de la maraña de hormigón donde vivimos. ¿Es que la naturaleza nos beneficia psicológicamente? Y si es así… ¿Qué efectos tendrá sobre nuestros pequeños y pequeñas?
La influencia del ambiente
Piensa que somos seres conectados a los que les influye lo que tienen alrededor. Las circunstancias y las personas que nos rodean tienen el poder de producir un impacto en nosotros y nosotras, y son, al mismo tiempo, potenciales fuentes de influencia para nuestro comportamiento.
Constantemente estamos analizando la información que tenemos alrededor. En base a las conclusiones que sacamos sobre lo que pasa en nuestro entorno, hacemos, decimos, pensamos y sentimos de forma diversa.
Actualmente gran parte de la población vive en un medio urbano. Los entornos urbanos conllevan una serie de beneficios como mejora de la productividad económica, facilita la eficiencia de los servicios y racionalización de la vida.
Es obvio que las ciudades nos hacen la vida más cómoda y fácil. El problema es que también nos crean sensaciones negativas, como falta de control, la dependencia o la despersonalización. Las urbes están llenas de situaciones que requieren nuestra atención, lo que nos produce una sobrecarga de información que puede derivar en estrés.
Esto afecta no sólo a los adultos, sino también a los niños y niñas. Además, lo hace de una forma concreta. Muchas veces, los niños y niñas carecen de tiempo para jugar al aire libre debido al ritmo de vida de la gente en la ciudad y/o a la saturación con actividades extraescolares. Por otro lado, suele haber pocos espacios seguros y adecuados donde puedan socializar.
Los beneficios del contacto con la naturaleza
El ser humano necesita el contacto con la naturaleza. Se ha comprobado que solemos preferir los lugares naturales por encima de los artificiales hechos por nosotros. De hecho, nos vemos beneficiados cuando pasamos tiempo en ese tipo de entornos. Se ha encontrado que la naturaleza puede contribuir a recuperar nuestras capacidades psicológicas después de una tarea que requiera esfuerzo mental intenso o sostenido durante un periodo de tiempo largo.
Hay estudios que indican que, cuanta más naturaleza haya cerca del lugar de residencia, mayor es la capacidad de los niños y niñas para controlar los impulsos, concentrarse y retrasar la gratificación. En cuanto al tiempo de ocio, se ha encontrado que los niños y niñas juegan más, con un mayor número de niños y niñas, de forma más creativa e incluso compartiendo más tiempo de calidad con los adultos.
Además, el contacto con la naturaleza puede amortiguar el efecto negativo del estrés en los niños y niñas. También, se ha encontrado que la presencia de entornos naturales en la zona residencial favorece su autoestima y reduce el malestar psicológico. Así mismo, expresan sentimientos más positivos. Estos resultados también se observan si hay más espacios verdes en el patio del colegio y sus alrededores.
«Naturalizar» la educación
Cada vez hay más escuelas del bosque y cada vez también más escuelas convencionales intentan adaptar sus espacios exteriores para convertirlos en lugares (patios) más naturales. Por supuesto que aprender directamente de la naturaleza es mucho más interesante que hacerlo a través de un libro, pero estoy convencida también que uno de los motivos de “naturalizar” la educación radica en que los niños y niñas al aire libre están más en sintonía consigo mismos y menos estresados.
Relacionado con el punto anterior, la naturaleza ofrece ambientes más relajados porque no hay paredes que contengan a los niños y niñas, ni espacios pequeños en los que puedan sentirse agobiados.
En la naturaleza o al aire libre un niño/niña con un mal día, con ganas de estar solo/a, de desconectar, puede hacerlo. Basta con alejarse un poco, sentarse tras una piedra, esconderse tras unos matorrales…
Los materiales que a veces disponemos en casa, aulas o cualquier espacio “destinado” a los más pequeños hacen que a veces las niñas y los niños jueguen a aquello que se considera típico en su género, aunque hayamos ofrecido todo tipo de juguetes y materiales.
Y es que en la naturaleza no entiende de género. Los niños y las niñas juegan por igual con palos, piedras, trepando montañas y árboles y se observan más juegos en común entre ambos géneros.
Jugar al aire libre, ya sea en un patio o parque bien pensado con elementos naturales o en la naturaleza misma, ofrecen un sinfín de oportunidades para que los peques valoren riesgos. Antes de trepar a un árbol hay que pensar cómo subir y, por supuesto, cómo bajar. Antes de subir a una piedra mediré si podré mantener el equilibrio sobre ella… e incluso a veces creerán que no son capaces de hacer algo y, aún así, lo probarán. Y en ocasiones, para su sorpresa, lo conseguirán.
En base a estos beneficios psicológicos, sociales y afectivos, es interesante tener en cuenta esto para mejorar el desarrollo de nuestros pequeños. El caso no es que tengamos que dejar de vivir en las ciudades, sino que disfrutemos de los espacios naturales que encontramos en ellas y fomentemos su uso desde edades tempranas.
Y es que los espacios naturales al aire libre, con su diversidad y pluralidad, ofrecen múltiples retos y oportunidades de juego, permitiendo a cada niño y niña desarrollar aquello que necesita en un momento determinado. Y eso les hace felices. Merece la pena salir más a menudo, ¿verdad?
Mª José Oca, psicóloga, terapeuta psicomotriz
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