Tenemos que agradecer a la Inteligencia Emocional (Daniel Goleman) que pusiera sobre la mesa la importancia del mundo emocional, ya que las emociones existen: no son un estorbo que nubla el pensamiento ni hay que mantenerlas a raya.
Inflación emocional
Estamos en un momento social en el que se ha popularizado la psicología, la salud mental y el mundo emocional. Incluso podemos hablar de Inflación Emocional; es decir, de un incremento excesivo de las mal llamadas “emociones positivas” que genera un soufflé de las emociones. En esta sociedad del positivismo nos dicen que tenemos que ser felices y, además, nos dicen también «cómo lograrlo»:
- Luchando contra las “emociones negativas” con esfuerzo y determinación.
- Controlando las emociones. Y si no logras controlarlas «es que no te has esforzado lo suficiente» o es que estás enferma, generando una gran carga de culpa.
La felicidad que nos venden
Hay una sobrevaloración de la felicidad porque nos la venden como un reclamo del bienestar. Pero cuando nos dan una noticia desagradable, ¿podemos tomárnoslo bien y ser felices? Claramente, la respuesta es no. Entonces, pongamos en duda el concepto de felicidad que nos intentan vender a través de recetas y decálogos que, aparentemente, son muy sencillos de cumplir.
En esta sociedad individualista y de consumo, se nos plantea una vivencia de la felicidad como sensación extrema en la que se busca la intensidad de la sensación en el aquí y en el ahora; cuando y como yo quiero, pero sin trabajármelo o aplicando la ley del mínimo esfuerzo.
Cómo medimos la felicidad
Si medimos la felicidad en términos de intensidad, buscamos una intensidad emocional inmediata, plena y disociada del entorno social. Pero, la neurociencia nos dice que para continuar sintiendo la misma sensación de intensidad emocional es necesario ir incrementando los estímulos que la generan; con el riesgo de que la intensidad llegará en algún momento a su tope y esa felicidad se dejará de sentir como tal.
La felicidad no tiene tanto que ver con la sensación de los logros, como con la expectativa creada y dónde pone cada persona su deseo. Hablar de felicidad es hablar de deseo, entendiendo el deseo como un motor que nos impulsa, como una aspiración hacia el logro. Por ello la tiranía de la felicidad nos hace más infelices, ya que una vez conseguida la satisfacción (el deseo de alta intensidad) como y cuando una misma quiere, deja sensación de vacío: «y ahora, ¿qué?».
Una felicidad de calidad
Por todo ello, desde Ediren planteamos aspirar a una felicidad más duradera y que genera mayor satisfacción. Para obtener una felicidad de calidad es necesario tener suficiente madurez emocional; esto que tiene que ver con poseer la capacidad para retrasar el deseo y de gestionar la frustración. Y es que la sensación de satisfacción no viene cuando y como yo quiero; para conseguir lo que quiero tengo que hacer cosas que no quiero y es necesario desarrollar la capacidad de espera y trabajarse la capacidad de esfuerzo.
Por último, ante el riesgo de que pueda aparecer y no seamos capaces de identificar la felicidad, aprendamos a dejarnos sorprender. Estemos abiertas a otras experiencias que nos permitan conectar con otras emociones, seamos conscientes de que la felicidad plena o intensa no puede estar siempre presente. Y no nos olvidemos de que si no hay un bienestar social, que si los de alrededor no están bien o las cosas no van del todo bien mi alrededor, yo no sentiré esa felicidad. Somos seres sociales y nos necesitamos mutuamente, incluso para ser felices.
Fdo. Idoia Madarieta, psicóloga, psicodramatista.
Para poder trabajar todas estas cuestiones, de la mano de nuestra compañera, Ediren te propone un Taller de Gestión de Emociones, dinámico y participativo, que arranca el próximo 17 de abril. La inscripción está abierta. Picha aquí.
Fotos de la Tertulia abierta que ofreció Idoia Madarieta, el pasado 1 de marzo, bajo el título «¿Felices por obligación?»
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