¡Ay, la queja! ¿Cuánto nos quejamos a lo largo del día? ¿Cuánto tiempo le dedicamos? ¿De qué nos lamentamos? Si nos permitimos parar unos minutos y reflexionar sobre ello, la realidad es que la mayoría de las personas, por no decir todas, estamos impregnadas por la cultura de la queja. ¿Por qué?
En mayor o menor medida nos quejamos por todo o casi todo: porque llueve, porque es lunes y hay que trabajar, porque la pareja no nos entiende, porque este otro amigo es… o incluso, porque hace calor, porque no hay trabajo, por no tener pareja o porque los hijos nos quitan la vida… Incluso, a veces, llegamos a convertir la queja en una lucha de «a ver quién está peor»: “¡si yo te contara!, ¡pues, anda que yo…!, ¡lo mío es peor…!»
El lamento como protagonista de la cultura de la queja
Parece que vivimos en una sociedad en la que esta expresión de lamento es la protagonista y, más aún, tras la pandemia. Cierto es que algunas personas hacen de ese lamento y esa queja su forma de vivir y, sin embargo, otras las emplean como posibilidad de realizar cambios. Esta expresión de lamento es clave en la cultura de la queja.
Julian Baggini, filósofo y autor de “La queja”, distingue distintos tipos de quejas:
- Las quejas erróneas, que carecen de responsabilidad o están mal canalizadas y no alcanzan su objetivo.
- Las buenas quejas, siempre y cuando estén acompañadas de una acción positiva.
- E incluso habla de la “queja imposible”, la que se estampa contra el muro de la realidad.
La queja perjudicial
Expresar el dolor y hacer crítica de algo que no nos gusta o molesta puede tener diferentes consecuencias; puede llegar a ser perjudicial o por el contrario beneficioso:
- Cuando la atención está enfocada en lo negativo de una manera constante hablamos de queja perjudicial. Este concepto es importante en la cultura de la queja, ya que la queja perjudicial es aquella que está focalizada en todo aquello que nos gustaría y no tenemos, en todo aquello que nos molesta, etc. Este tipo de queja perjudica a quien se queja e incluso a quienes le rodean. El lamento es persistente queriendo atraer la atención de los demás. Asimismo, desde la victimización, generando culpa o compasión en el otro, es decir, manipulando de una manera consciente o inconsciente a la otra persona para no asumir la responsabilidad y poniendo al otro en la situación de tener que resolver o satisfacer su problema. Dicho lamento puede convertirse en una forma de relacionarse y así en una manera de vivir.
En el libro “El síndrome de Calimero”, el psicoanalista Saverio Tomasella, habla sobre las personas incomprendidas que no paran de quejarse. Según Tomasella, el lamento de dichas personas se enmarca dentro de un contexto. Asimismo, sostiene que detrás de las quejas suele haber un sufrimiento real, un reclamo emocional desatendido de forma repetida. Estas personas han experimentado injusticias reales, pudiendo haber sufrido una profunda vergüenza, humillación, rechazo y abandono.
A pesar de todo, en lugar de verbalizar una preocupación profunda, la queja del “calimero” puede estar orientada a cuestiones superficiales como el tiempo, retraso el autobús o el café demasiado caliente; permitiéndose, de esta manera, expresar de forma libre sin consecuencias emocionales profundas que pueden ahuyentar a los demás.
En este punto, la dificultad está en diferenciar “los calimeros con el caparazón roto”, es decir, los que de verdad padecen un sentimiento de dolor; con “los calimeros” que en realidad no tienen el caparazón roto; que se quejan sin razón y de una manera automática. Por ello, es importante parar y escuchar la historia que hay detrás de la queja para así también poder avanzar.
Cierto es que el hecho de escuchar quejas constantes puede llegar a ser una fuente de estrés, generando preocupación, cansancio e incluso rechazo. Aun así, puede ser que el “calimero con el caparazón roto” no sepa cómo salir de esa situación, y “simplemente” necesite sentirse escuchado, cuidado y reconocido por la otra persona.
La queja beneficiosa
- A pesar de todo, la queja no siempre es perjudicial. También puede llegar a ser beneficiosa, ya que, puede ser una forma de cambiar una situación cuando hay una dificultad o problema en el trabajo, pareja, familia o amigos. Para ello, como bien dice Julian Baggini, la queja debe ser específica, objetiva y con posibilidades de cambio. Incluso planteada desde la emoción “siento que”, “me parece que”… En definitiva, la queja es favorable como expresión del malestar y desahogo emocional siempre que preceda a un cambio con el que afrontar o aliviar dicho malestar.
“Todas las luchas comienzan por una queja”, Julian Baggini
Alaia Ozerinjauregi, psicóloga, psicoterapeuta de familia y pareja
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