El problema de la timidez es más frecuente de lo que parece. Unos lo llaman timidez, otras vergüenza, otros sentido del ridículo o incluso si queremos ser más técnicos lo podemos llamar miedo escénico. Hay personas vergonzosas que se ruborizan con facilidad y esto les causa problemas en sus relaciones cotidianas. Hay otras en que el problema es más grave y pueden llegar a bloquearse y no poder hablar ante la mirada de un grupo de personas que les prestan atención. “Me estoy poniendo nerviosa, no lo puedo controlar y todo el mundo se está dando cuenta”, piensan, “estoy haciendo el ridículo, estoy quedando fatal”
Hay muchas personas que evitan el colocarse en una situación de protagonismo porque les genera mucha ansiedad y malestar. Quizá merezca la pena analizar este fenómeno con un poco de detenimiento. ¿Por qué algunas personas son tímidas? ¿Cómo se supera esta dificultad?
Con alguna frecuencia nos sorprendemos cuando algún personaje público y notorio reconoce que es tímido o tímida. ¿Cómo puede ser que una actriz consagrada altamente cualificada como Nicole Kidman, revele en una entrevista que es muy tímida?
Hay personas muy competentes y con personalidades fuertes y, sin embargo, son tímidas. Por lo tanto, la timidez no es un síntoma de inseguridad, como muchas veces pensamos.
La timidez aparece en una edad concreta, no nacemos con ella sino que nos hacemos tímidos/as. Los niños/as con menos de 5 años no sufren timidez. De hecho, es muy habitual pedirles a las/os más pequeñas/os de la casa en reuniones familiares que cuenten un chiste, que canten una canción o que hagan una gracia… y ellas/os lo hacen sin problema. Si se lo pedimos un año después, igual ya no es lo mismo…
¿Qué ha ocurrido? Antes de los 5 años, los niños y niñas no tienen capacidad de autocrítica y autoevaluadora, piensan “todo lo que haga va a estar bien hecho”. A partir de esa edad empiezan a tomar conciencia de que las cosas pueden salir mejor o peor. Aparece la presión o la ansiedad ante el público; la timidez siempre tiene que ver con el miedo a defraudar; no depende de mi seguridad sino del nivel de expectativas y de la necesidad de control que yo tengo sobre los resultados.
Pongamos un ejemplo: en un partido, el antídoto contra la timidez es la famosa frase de “Viva el Betis manque pierda”. Y es que el Betis es el segundo equipo de la ciudad de Sevilla, el primero es el Sevilla y ambas agrupaciones tienen aficiones distintas. Si gana éste, su afición se pondrá muy contenta porque ha hecho lo que se esperaba del equipo, y si pierde decepciona estrepitosamente. Si el Betis gana, “da el campanazo”, y si pierde está haciendo lo que todo el mundo espera que haga. Siguiendo con este ejemplo, los jugadores de ambos equipos cuando salen al campo no salen igual: su miedo escénico y la presión es diferente, siempre va a ser mayor la del Sevilla que la del Betis, porque se le exige más.
Por lo tanto, la timidez, la vergüenza, depende de las expectativas que otras personas depositaron en ti. El miedo a decepcionar está directamente relacionado con el nivel de expectativas que tienes.
Las personas mayores no son tímidas, parece que la timidez “se cura con la edad”. ¿Y esto por qué es? Podríamos decir que porque nos volvemos más indulgentes con nosotros/as mismas; es decir, hemos metido tantas veces la pata y hemos hecho tantas veces el ridículo que llegamos a la conclusión de que no pasa nada por tener un mal día, no es una tragedia.
La timidez nos hace entrar en un bucle; es la prueba de nuestra incompetencia, me estoy poniendo rojo y siento “tierra trágame”, porque tengo la necesidad de controlarlo todo.
La timidez se cura aprendiendo a decepcionar, a los demás y a uno/a mismo/a; y es que “nunca llueve a gusto de todos”. Lo lógico es que alguna vez fallemos, la perfección no existe, y darnos permiso para reírse de uno/a mismo/a es algo muy saludable. Tenemos que aprender a hacerlo…
Escucha a Enrique Saracho, psiquiatra, psicodramatista Ediren, en esta entrevista. PINCHA EL AUDIO.
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