Está claro que estamos terminando un año complicado que “ha pasado factura” a la inmensa mayoría de la población en muchos sentidos y, a muchas personas, desde el punto de vista emocional; hasta tal punto que la OMS ha acuñado el término de “fatiga pandémica” para definir ese estado de ánimo que sufren muchas personas como “apatía, estrés, desmotivación, cansancio…”.
Venimos de una “guerra” larga y estamos teniendo una “post guerra” todavía más larga; los mecanismos psicológicos para enfrentar ambas son muy diferentes. Al comienzo de la pandemia teníamos un enemigo bien definido, o eso creímos, y unos objetivos claros por los que luchar juntos/as. Nos unimos por la misma causa y sacamos recursos de donde no sabíamos que había, incluso en ocasiones «viniéndonos arriba». Sin embargo, han ido pasando los meses y parecía que la pandemia no iba a durar tanto, haciéndose cuesta arriba. Y es que se ha acabado el confinamiento domiciliario para todos pero esto sigue y estamos a nivel psicológico en otro periodo diferente. Estamos en un momento de carencia, hemos perdido a gente, poder adquisitivo, trabajos, nuestra red social ha recibido fuertes golpes… y esto está claro que «pasa factura».
Con todo ello, muchas personas necesitan pedir ayuda profesional, pero a veces cuesta dar el paso. Muchas veces, y en primera instancia, solemos recurrir a nuestras amistades, familia, pareja… Los apoyos emocionales son muy importantes para nuestra salud mental y es importante saber pedir ayuda al que tengo cerca; sin embargo, a veces puede pasar que si voy a contar algo que me está ocurriendo, y ese alguien es muy próximo a mí, se va a preocupar más que yo. Tal vez empiece a tener ideas de no verle sentido a mi vida, de no querer vivir y el de enfrente se va a agobiar; seguramente tenga las mejores intenciones del mundo pero no siempre encontramos aquella respuesta que necesitamos en ese momento, y quizá sea el momento de pedir ayuda externa.
En general, nos cuesta dar el paso de lanzarnos a la ayuda psicológica y nos preguntamos si estamos lo suficientemente mal como para mover ficha. Desde Ediren creemos que hay dos indicadores claros; uno de ellos sería el momento en el que mi estado emocional interfiere en mí día a día, cuando no puedo llevarlo con normalidad. Otro indicador importante es cuando mi malestar emocional impide mi desarrollo como persona, cuando me siento parado, atascado emocionalmente, tal vez esté repitiendo una y otra vez las mismas situaciones que me generan sufrimiento…
Por suerte, cada vez son más las personas que deciden pedir ayuda para hacerse cargo del malestar emocional que está interfiriendo en sus vidas;tal vez socialmente empezamos a mirar con otros ojos ir al psicólogo/a, sin embargo siguen existiendo ciertos tabúes. Es habitual pensar que para ir al psicólogo/a tengo que estar realmente mal. Nos cuesta entenderlo como una posible prevención, y nos podemos sentir cuestionados si decidimos acudir. Nadie nos cuestiona si consultamos a un dietista porque quiero cuidar mi salud y bajar algunos kilos; o nadie cuestiona que consulte a un/a entrenador/a deportivo/a para saber qué entrenamientos necesito para mejorar mi estado físico o si comienzo a ir al gimnasio porque me ha empezado a doler la espalda y quiero fortalecer mi cuerpo… Pero si estamos sometidos a sobrecargas emocionales y decidimos acudir a alguien que nos ayude a mejorar y a cuidar nuestra vida emocional y nuestras relaciones afectivas, sí lo cuestionamos…
Yo puedo acudir al psicólogo/a sin que esto signifique tengo una enfermedad; puedes estar pasando una crisis vital, sentirte confuso/a, necesitar tomar mejores decisiones importantes que afectan a tu futuro o dar un giro a mi vida: elección de pareja, separaciones, divorcios, traslados… para mejorar la imagen que tienes de ti, bajar la exigencia y aceptar tanto tus puntos fuertes como los débiles… en definitiva, son muchos los motivos por los que uno/a puede acudir al psicólogo.
Otro de los mitos sociales que solemos escuchar es que si voy al psicólogo/a es porque soy débil. Pensamos que una persona equilibrada es una persona que no tiene conflictos. Nuestra vida emocional per se es conflictiva, está llena de sentimientos contradictorios. No es más equilibrado quien menos conflictos tiene, si no aquella persona que acepta que tiene desequilibrios y se lo “hace mirar” para trabajárselos. Mi salud mental no depende de que tenga desequilibrios emocionales, si no de que los conozca y sepa cuáles son; “saber de qué pie cojeo es algo que me es útil”. También puede que piense que tengo que poder solo/a con esto, y tal vez me resulta más fácil comprar un libro de autoayuda que acudir adonde alguien. Vivimos épocas de autosuficiencia, tenemos que ser autónomos, y por ello un proceso terapéutico puede vivirse como dependencia. Creemos que, en cuestión de afectos y emociones, el vínculo con el otro es el principal protagonista; el libro de autoayuda no me va a decir cómo me ve, sin embargo la persona que tengo delante me ve desde fuera y va a ver cosas de mí que yo no veo.
Otro miedo que suele surgirnos es aquel temor a que te pongan la vida patas arriba, y a veces preferimos no saber; sin embargo esto puede volverse en nuestra contra, ya que el no saber y el no ocuparte de tus problemas puede llevarte a que la vida te golpee más fuerte.
Iniciar un proceso terapéutico está relacionado con coger las riendas de tu vida, y así poder evitar que las cosas se enreden más. Que nada ni nadie nos impida pedir ayuda profesional cuando la necesitemos…, y más teniendo en cuenta los tiempos que corren…
Estibaliz Oregui, psicóloga, psicoterapeuta de familia y pareja. Escúchale en esta entrevista en Radio Vitoria.
Javier dice
Es verdad, eso se nota
A mi de una manera si que me afecta a mi vida emocional
Pero bueno, es lo que hay
ediren dice
Hola Javier, efectivamente a cada persona le afecta de manera diferente; pero sí, la situación que estamos viviendo en este 2020 nos está dejando una huella emocional importante. Muchas gracias por tu comentario.