En muchas ocasiones, a lo largo de las diferentes etapas de crecimiento de nuestros hijos e hijas, observamos bloqueos, inseguridades…; ciertas conductas que nos pueden preocupar como padres y madres. Pueden ser pequeños baches “normales” dentro de su proceso de maduración o, por el contrario, hay otros momentos en los que estas situaciones se enquistan o se prolongan en el tiempo e impiden su desarrollo. Pero, ¿en qué momento hay que pedir ayuda?, ¿cómo podemos diferenciar lo que está dentro de lo habitual en el desarrollo o si necesitamos ayuda profesional?
Todas las personas tenemos claro que todos los niños y las niñas son diferentes; pero como padres, madres, educadores y educadoras no podemos esperar que nuestras hijas e hijos “nos salgan buenos o malos”. Intentamos tratarlos por igual pero vemos que los resultados son muy dispares; lo que funciona con unos, fracasa con otros. Unos son más fáciles de educar mientras consideramos a otros niños o niñas “difíciles”.
Los niños y niñas son expertos en necesidades, y cada uno/a nos va a transmitir lo que necesita y cuándo lo necesita con señales muy contundentes. Sólo hace falta conocer su lenguaje y saber decodificar sus mensajes, que tienen que ver con su conducta. Por lo tanto, se trata de saber descifrar su conducta.
Para ello, partimos de entender cómo crecemos; un proceso complejo que no tiene una evolución lineal, sino que lo hacemos “a trompicones”, “a saltos”, “dos pasitos para adelante y uno para atrás”. Los niños y niñas hacen grandes avances en poco tiempo, pero también retrocesos; justo antes de pasar a una nueva etapa necesitan ir hacia atrás y tomarse un tiempo como para “coger carrerilla y saltar el obstáculo”. Podemos ponerlo en un ejemplo, y así nos resulta más fácil visualizarlo y entenderlo: un niño que ya ha conseguido ese gran logro de dejar el pañal y controla perfectamente sus esfínteres y, justo en el momento en el que nace su hermanita o hermanito, vuelve a hacerse pis por las noches. En ese momento, se acaba de producir un gran cambio en su vida y va a pasar a otra etapa en su desarrollo, ser el hermano mayor, y todo lo que eso conlleva. El niño o niña necesita retroceder a una etapa anterior, ya superada, y tomarse un tiempo ahí, para coger fuerza y seguridad, y seguir hacia delante. Es muy importante que veamos esos retrocesos como parte del proceso “normal” de crecimiento. Ahora bien, ¿qué pasa si esta situación se alarga demasiado en el tiempo? ¿Cuándo puedo saber si ese retroceso es algo que forma parte del proceso o por el contrario, es indicativo de que algo no está pudiendo gestionar el o la menor?
Tener un proceso de desarrollo complicado no quiere decir que el niño sea malo o, al revés, no por tener un proceso tranquilo, quiere decir que todo vaya bien. Niños y niñas de carácter fuerte, con infancia complicada no quiere decir que están enfermos. Los niños y niñas no vienen con un manual de instrucciones ni una etiqueta de su potencia emocional. Los procesos de desarrollo son muy dispares.
Los psicólogos y psicólogas podemos ayudar a comprender lo que significa ese retroceso, a no patologizarlo, y a entenderlo como una parte más del crecimiento, que implica un camino de sucesivos desprendimientos y separaciones; o por el contario, si se dan otra serie de indicadores o situaciones que nos indican que el niño o la niña está pasando por un momento difícil, ayudarles a gestionarlo.
Por otro lado, a veces vemos una serie de síntomas que nos pueden hacer pensar que el niño está sufriendo o que algo no va del todo bien en su desarrollo. Pero, a veces, los síntomas en sí mismos no son buenos indicadores. Por ejemplo, si el niño o la niña está un poco más rebelde o agresivo/a de lo habitual, tendemos a pensar que ya “está mal” y se saltan todas las alarmas …
Para poder ver si ese retroceso o esos síntomas forman parte del desarrollo normal o nos está queriendo decir algo más, es interesante ver más allá de esa conducta y analizar cómo va evolucionando el niño o la niña en su proceso de desarrollo en otros ámbitos. Por ejemplo, cómo socializa (esto no quiere decir que no tenga o peleas o conflictos, sino observar más bien cómo los gestiona o soluciona), cómo gestiona el fracaso y las frustraciones, cómo gestiona los cambios, cómo está su autonomía (si va teniendo responsabilidades en casa…), cómo está su placer y curiosidad por aprender…
En definitiva, acompañemos, escuchemos y observemos a nuestros/as menores en su conjunto, y pidamos ayuda profesional cuando como adultos sintamos que su desarrollo se está viendo perjudicado. Pero dejémosles ser niños y niñas, y démosles permiso para que avancen y retrocedan tantas veces como sea necesario…eso es crecer.
Beatriz Fernández Corres, psicóloga, terapeuta psicomotriz de Ediren
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