Quinta semana, 1 mes ya. Se dice pronto, todas hemos pasado ya por toda clase de emociones. INCREDULIDAD de todo lo que trae esta pandemia y las medidas tomadas, dignas de una película de ficción, surrealista. PÁNICO, bajando al super en masa a por papel higiénico. MIEDO por si el maldito bichito nos contagiará a nosotros o a los más cercanos. ANSIEDAD, tú bajas a por el pan y bajo luego yo la basura. INCERTIDUMBRE: ¿qué va a pasar?, ¿hasta cuando? RABIA por no poder salir a la calle, por medidas que se toman (o no se toman) y obedecemos aún sin compartirlas. ORGULLO somos la leche, estamos creando redes de apoyo y cuidado comunitario. AGRADECIMIENTO a todos los profesionales de la sanidad, limpieza, educación… DIVERSIÓN tenemos ratitos de party y hacemos retos absurdos como encontrar una moneda en un cuenco de harina. HASTÍO ¡me he recorrido el pasillo tantas veces ya! IMPOTENCIA por no poder ayudar, por no poder hacer nada, conflictos laborales por una mala gestión que nos ponen en riesgo. TRISTEZA una amiga embarazada sola, aislada, sola sin poder recibir visitas, fallecimiento de un padre o alguien cercano del que no me puedo despedir, se ha ido en soledad ABURRIMIENTO, ya no sabemos qué hacer. SOLEDAD la casa se nos viene encima.TRANQUILIDAD ¿hace cuánto no me sentaba en el sofá sin nada qué hacer? ¿Leía un libro? PREOCUPACIÓN, ¿estarán bien?, ¿cómo nos las vamos a arreglar los meses que vienen?, ¿dónde voy a trabajar?, ¿cómo voy a llegar a fin de mes?
Son ejemplos del día a día que estamos viviendo intensamente debido al confinamiento y el no poder salir de casa. Las emociones no entienden de tiempos ni de razones y, por esto, en situaciones extraordinarias como la que estamos viviendo, se viven con más intensidad, se entremezclan y nos pueden generar malestar.
¿Qué hacemos con la tensión acumulada durante tantos días de cuarentena? ¿Cómo vivimos todas estas emociones? ¿Conocemos nuestras emociones y las cosas que las provocan? ¿Somos conscientes de lo que sentimos y de lo que nos lo puede estar generando?
Son preguntas que a prioiri parecen sencillas, pero no lo son.
Una mujer que se encarga de desinfectar las habitaciones de un hospital, me cuenta en sesión cómo se siente estos días. Un ejemplo como tantos otros, que me permite compartir en este artículo de reflexión. Está abatida, con los nervios a flor de piel, no llega a limpiar todas las habitaciones que tiene que limpiar, los protocolos de limpieza llegan tarde y varían cada día. Esto le crea una gran confusión, está poniendo en riesgo no sólo su salud, sino la de las personas que van a estar en esas habitaciones. Cada día las órdenes son diferentes y no entiende tantos cambios. Cuando llega a casa, sola, la rabia le consume, sale todos los días a aplaudir a los sanitarios pero hay algo que le chirría y se siente mal por ello claro, ¿por qué le chirría el reconocimiento a la labor impecable de los sanitarios? Empezó tomándose un vinito, ahora ese vinito, se ha convertido en media botella. Lo que era una recompensa después de un día duro, se empieza a convertir en una necesidad…
Al acabar la sesión, podemos pensar juntas en esa sobrecarga de trabajo, en los cambios que le dirigen sin ningún tipo de explicación, puede pensar en lo difícil que es aferrarse a unas órdenes diferentes cada día, en “la pausa” de sus derechos laborales… En el ámbito más personal, toma conciencia de su edad, ya no tiene 20 años, está cansada y se siente sola. Cuando llega a casa, no tiene fuerzas para compartir con nadie todo ese malestar, no quiere ser una carga para nadie. Y sobre todo, puede pensar en su profesión, la de la limpieza, tan esencial como tantas otras y tan poco reconocida socialmente.
Y así, puede dar cierta explicación a todas esas emociones revueltas e intensas que tanto le angustian, se siente un poquito más aliviada. Cuando sus emociones no empañen e inunden todo su ser, poco a poco, su cabeza empezará a darle soluciones para enfrentar todos esos conflictos, ideas más fructíferas y saludables que una botella de blanco.
Y en cambio, a veces, las emociones nos tienen que empañar e inundar para que comiencen los cambios. No estamos acostumbrados a aceptar que los conflictos a veces nos superan, que necesitamos de los demás para que nos escuchen y nos mimen. Escasean los momentos y espacios de desahogo, de compartir vivencias y emociones, de cuidado, al fin y al cabo.
Haizea Marijuan, psicóloga, terapeuta infantil
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