Por tanto, el 8 de marzo nos sirve de altavoz para que la sociedad se entere de los pasos que ya hemos dado; de que estamos preparadas para seguir avanzando y que no daremos “un paso atrás”, tal y como refleja uno de los eslogan que se esgrimen en este día. Todo esto tiene que ver con la libertad para poder elegir, con que las mujeres sean quienes ellas quieren ser; que los derechos y oportunidades entre mujeres y hombres sean los mismos; que estemos unidas y juntas; que seamos respetadas en todos los ámbitos de nuestra vida, y no muertas y ninguneadas.
Esto lo entendemos las mujeres que estamos cerca del feminismo, y feministas, pero tenemos una parte de las mujeres que consideran innecesario pedir esta igualdad. Dentro de estas últimas, me voy a acercar a dos realidades diferentes, aun sabiendo que hay más; he elegido éstas porque están más cerca de nuestra cotidianidad.
Por un lado, están las mujeres de una cierta edad que no entienden para qué “pedimos igualdad”. Ellas han hecho lo que tenían que hacer y lo que una mujer tiene que hacer. Su análisis se basa en que su identidad está puesta en su casa, su marido y sus hijos, y el horizonte termina en ese ámbito. Este espacio privado es un fin en sí mismo. De forma explícita hemos sido educadas y socializadas para que esto se mantuviera así y que nuestra participación social, por lo tanto, se limitara simplemente a eso; nuestra cultura dice que nuestra función es ésta. El análisis terminaría diciendo que los hombres también están sujetos a ese mandato social en el que tienen que cumplir con lo establecido, tienen una única dirección en el camino de ser hombres.
Por otro lado, tenemos el segundo grupo de mujeres que no entienden muy bien todo lo que se pide, porque en el ámbito donde se desarrolla su vida laboral y personal ya consideran que somos iguales, y que nunca en su vida han sentido esa discriminación por ser mujeres. La sociedad evoluciona y sus maneras de opresión también. Curiosamente las abuelas, aquellas que sufrieron duramente esas diferencias y exigencias, están más cerca de sus nietas que de sus hijas en estas reivindicaciones.
Por todo ello, el 8 de marzo hoy en día nos plantea un reto al decir “juntas y unidas”, ya que, entre estas dos realidades planteadas, cada vez más mujeres, no por casualidad, sentimos la necesidad de tomar la calle este día con todas aquellas que piden las mismas oportunidades y una forma de vida libremente elegida.
No podemos olvidar que venimos de un tutelaje histórico que aunque, hoy por hoy, esté camuflado y haya tomado otras formas aparentemente menos dolorosas, sigue determinando nuestro camino como mujeres libres. Queremos juntas identificar estas nuevas formas, puesto que queremos poder decidir las mujeres que queremos ser en esta realidad también. No queremos seguir educando a nuestras hijas en el miedo, sino que queremos educar a nuestras hijas sin miedo y a nuestros hijos en el respeto, ya que, esto nos da una potencia fundamental en la construcción de la igualdad.
No quiero dejar de rescatar la deuda que tenemos con las mujeres que estuvieron antes que nosotras y que se pelearon en sentido estricto de la palabra, e incluso murieron, por los derechos que hoy tenemos las mujeres. Siguiendo con su legado de lucha nos preguntamos, ¿Cuantas más tienen que morir?
Somos muchas, unidas y juntas, no vamos a dar ni un paso atrás.
“Por una Igualdad real de derechos y oportunidades. Una nueva mirada”.
Susana Martínez, educadora social, experta en mujer de Ediren
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