Nuestra pirámide demográfica está sufriendo importantes cambios en las últimas décadas: la esperanza de vida aumenta y la natalidad disminuye. Esto ha provocado un aumento considerable de la población mayor y dependiente. Por ello, cada vez más, nuestra sociedad necesita contar con un mayor número de personas que proporcionen atención a los cuidados. Es necesario reforzar el sistema de cuidados. El gran reto: «conseguir un modelo público y comunitario de cuidados.»
Las mujeres, cuidadoras en su mayoría
Nos encontraremos con dos tipos de personas que cuidan, las profesionales y las no profesionales.
- La persona cuidadora profesional es aquella que ha estudiado y/o está especializada en el cuidado de personas ancianas o dependientes, y está bajo el amparo legal bajo un régimen de trabajo.
- La persona cuidadora no profesional es aquella que ofrece asistencia sin cualificación formativa, experiencia y, en la mayoría de ocasiones, su situación no está regulada. Cuando hablamos de este colectivo hacemos referencia a un 95 % de mujeres.
Lo que nos encontramos en la realidad de nuestra sociedad es que el 90% de las personas cuidadoras son mujeres. Son ellas las que asumen las tareas de cuidado y trabajo doméstico, principalmente, siendo este colectivo el más excluído y expuesto a la explotación. El plan de cuidados que tiene nuestro sistema es oculto y en consecuencia carente de reconocimiento y/o valor, en gran medida; cada vez está más mercantilizado, privatizado, feminizado y racializado.
Lo psico-emocional en la persona cuidadora
El acto de cuidar a otra persona a menudo se considera como una labor noble y desinteresada. Sin embargo, muchas personas pasamos por alto la importancia que tiene el cuidar y, sobre todo, mantenerlo en el tiempo. Las personas que cuidan se enfrentan, en la mayoría de las veces, a una carga emocional muy importante que a menudo no es reconocida ni abordada adecuadamente.
En este sentido, impacto psico-emocional que conlleva el papel de la persona cuidadora no suele estar reconocido con la importancia que merece. Las personas dedicadas a cuidar a familiares, amistades o pacientes merecen una atención especial, ya que su labor va más allá de lo físico. En el acto de cuidar y ser cuidado o cuidada, ambas partes experimentan un proceso emocional intenso:
- Por parte de la persona que necesita cuidado aparecerán emociones como soledad, tristeza, depresión, impotencia, incomprensión, indefensión, culpa, etc.
- Pero todas estas emociones serán vinculares, es decir, que las familias también sentirán este tipo de sensaciones en mayor o menor grado, en diferentes momentos.
Todas estas emociones son parte de un cambio, de un duelo, y los cambios cuestan y asustan. El tiempo y la forma de afrontar estos cambios van a depender de:
- Los recursos personales.
- Del acompañamiento profesional.
- De la red social y familiar con la que se cuente.
- Además, va a depender de la capacidad para pedir ayuda y dejarse ayudar.
Hay que intentar llegar a una aceptación de dicho cambio y de la nueva identidad como persona.
Cuidar de manera sana
Cada día puede ser un desafío y es crucial reconocer estas emociones para cuidar de manera sana. Es fundamental ofrecer un cuidado de calidad, que es vincular; es decir, tan saludable tiene que ser para la persona cuidada, como para la persona cuidadora.
Por lo tanto, el cuidado tendrá que tener dos miradas con diferentes objetivos.
- La mejora en la salud y bienestar de la persona a cuidar.
- La salud y bienestar de la persona que cuida.
Está demostrado que, si la persona que cuida no está bien físicamente y/o emocionalmente, va a realizar una proyección hacia la persona que cuida perjudicando aún más su salud.
Autonomía para las personas cuidadas
Nuestra propuesta desde Ediren es la de crear un espacio donde atender los aspectos sociales y emocionales que se presentan en una situación de cuidar y/o ser cuidado o cuidada.
Consideramos que hay que posibilitar el protagonismo de las personas en la búsqueda de esa nueva identidad y su estabilidad emocional. Asumimos que es un trabajo en equipo entre la persona afectada, su familia, su red social cercana y la red de profesionales que le van a acompañar. Por ello, no sería realista ni sano colocar a la persona afectada en un lugar pasivo en espera de una fórmula mágica o en un lugar de desesperanza y auto abandono. Creemos, por experiencia, que potenciar la autonomía de la persona afectada es vital, ya que va a permitir una mejor adaptación y aceptación de su nueva situación.
Autocuidado para las personas cuidadoras
Cuidar a una persona afectada de una enfermedad que evoluciona hacia la dependencia puede durar poco tiempo o, por el contrario, prolongarse en el tiempo. En ocasiones, este cuidado puede ocupar y generar una interrupción de la vida cotidiana de la persona que cuida, y afectar directamente a sus roles familiares y sociales. Esto, sumado a la propia tarea de acompañar y de cuidar, puede desembocar en una crisis, generando así una situación de sobrecarga y estrés. Si no gestionamos bien todo lo que se deriva de estas situaciones, la persona cuidadora puede acabar con repercusiones negativas en su estado psicológico y fisiológico.
Por todo ello es fundamenta no olvidar a las personas que cuidan, poner el foco en ellas, atenderlas con mimo y hacernos cargo como profesionales de aportarles también a ellas de unas herramientas y recursos que puedan facilitar su autocuidado para cuidar de su salud y bienestar y, en definitiva, poder cuidar también a la otra persona con garantías.
Fdo. Yolanda Valle, fisioterapeuta, formadora de profesoinales de SAD y dinamizadora grupal.
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