Un año más el 25N está marcado en rojo en nuestro calendario; y es que las cifras de mujeres que son víctimas de sus parejas o exparejas son alarmantes… Vivimos en una sociedad que consiente la violencia de género; una sociedad donde se valoran y potencian los roles “masculinos” y se minusvaloran e invisibilizan los roles “femeninos”.
Las características del hombre agresor y de la mujer víctima responden a unos estereotipos de género que se avalan y se promueven en una sociedad patriarcal, donde el dominio del hombre sobre la mujer se ejerce en cualquier ámbito.
El hombre maltratador es un hombre con gran dificultad en su proceso de individuación que considera a la mujer como objeto. ¿Esto qué quiere decir? Que busca relaciones simbióticas como parte inseparable de su identidad. Para que se entienda necesita de una madre, mejor dicho de una esclava, que le cuide y ayude a subsistir, y su pérdida es una herida narcisista insoportable (no puede prescindir de ella, aunque la agreda).
Es un hombre que no tiene autonomía alguna, no sabe gestionar emociones, dificultad en el control de impulsos, no tolera la frustración y vive su agresividad, dureza, fortaleza e híper masculinidad como algo inherente al hombre. No hay un reconocimiento de la mujer como sujeto de deseos y necesidades. Poco a poco, van privándola de espacios, de diálogo (el hablar no sirve para nada), de otras relaciones o círculos de amistades, produciendo un aislamiento social que produce un estado de indefensión en ella. La imposibilidad de dominar a su pareja produce el paso a la actuación, a la violencia.
En consulta vemos a mujeres que, aun habiendo sido maltratadas y habiéndose separado de una relación tan tóxica, muestran preocupación por sus exparejas; saben que ese hombre que le controla, le grita y le pega no está bien. A las mujeres siempre nos han enseñado a anteponer el cuidado de los demás al nuestro propio. En la historia, han sido y seguimos siendo, el sostén de las sociedades; las que se encargan de la crianza, de la casa y del cuidado de sus familias. Por otro lado, la mujer está bastante más dotada emocionalmente que el hombre, «las emociones son cosa de mujeres». Fruto del aprendizaje de la identidad de género, el hombre externaliza toda su agresividad y culpa, mientras que la agresividad en la mujer se vuelve contra sí misma y se autoinculpa (socialmente esto también es así).
En consulta vemos a mujeres que viven como fracaso personal el maltrato por parte de su pareja, fracaso en su proyecto de pareja y de familia y sienten culpa, mucha más culpa si existen hijos o hijas. Las mujeres supervivientes del maltrato se sienten responsables de que sus hijos e hijas hayan tenido que presenciar, desde tan edades muy tempranas, situaciones tan extremas y violentas. Muestran preocupación también por la pérdida del hogar.
Por eso, es tan importante y delicado rescatar el proceso y ritmo de estas supervivientes; tienen mucha carga y malestar emocional por todo lo que han estado padeciendo, por no poder romper antes con ese maltrato. Necesitan ser escuchadas, mimadas, lejos de ser juzgadas. El “tienes qué”, “deberías de”, lejos de ayudar se convierte en una espada de Damocles que invalida y culpabiliza todavía más.
El proceso de estas mujeres ha de ser lento y es vital respetar sus ritmos, como en todo proceso, pero en éste si cabe es más delicado y complicado. Es de suma importancia ir detrás de la mujer, mimar la escucha, validar su sufrimiento, dar valor y credibilidad a lo que nos están relatando. De lo contrario, patologizamos más a la mujer, lejos de conseguir su empoderamiento.
Muchas veces, se trata de poner nombre al desasosiego que trae; nombrar el maltrato y la violencia de género sí, pero sin olvidarnos de que es la mujer la que tiene que identificarlo; son situaciones que impactan, a veces, porque emergen sentimientos de culpabilidad y fracaso; y hay miedo a cómo puede afectar a las hijas e hijos, al cambio de hogar…
En Ediren estamos constatando que estas mujeres están pidiendo ayuda profesional para gestionar todo esto; incluso cuando se trata del maltrato más sutil, acuden conscientes de ese malestar y es en este proceso donde pueden darse cuenta de lo que están sufriendo por parte de sus parejas.
Todas estas características, repetimos, responden a los roles de género ligados a los estereotipos de género masculino y femenino que siguen sosteniendo una sociedad patriarcal donde el hombre ejerce dominio sobre la mujer, donde lo masculino suma y lo femenino resta. No se nos puede olvidar que tenemos como base una estructura social que avala y promueve la violencia de género.
Ha habido cambios, las mujeres hemos conquistado muchas parcelas que se nos habían expropiado por el hecho de ser mujeres. Somos cada vez más conscientes de las desigualdades que existen y el feminismo avanza. Parece que a los hombres les está costando un poco más, aunque cada vez hay más que luchan en lo individual y también en lo social por esas nuevas masculinidades que permitan vivir en sociedades más justas. Estamos en el camino, aunque queda mucho por hacer.
Haizea Marijuan, psicóloga, psicodramatista
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